20 septiembre 2025

LA MEDIOCRIDAD HA HECHO DE LA NUESTRA UNA SOCIEDAD IMBÉCIL

Es innegable que las élites dominantes están terminando de confeccionar su plan para esclavizar, controlar y dominar a toda la humanidad. Y aunque parezca una paradoja, una pieza fundamental de este plan es la exaltación de la mediocridad.

Hay un hecho incuestionable: las personas mediocres son a todas luces incapaces de reconocer su propia incompetencia. Evidentemente, esto conduce a que esas personas tengan una autoestima desproporcionada. O lo que es lo mismo: sobreestiman sus capacidades y subestiman las capacidades, conocimientos y habilidades de las personas realmente competentes.

Personajes tan estúpidos como Donald Trump (mister aranceles), Pedro Sánchez (mentiroso compulsivo e “inclusivo”) o Nicolás Maduro (alias “el frases”: “el Sol es rojo porque está a favor de la revolución”) no han llegado al poder por su extraordinaria inteligencia, sino porque su estupidez hace que se comporten como si no tuvieran ninguna duda. Sin embargo, esto no ocurre con las personas inteligentes, dado que la inteligencia no solo aporta lucidez, sino también duda. De hecho, las personas inteligentes suelen reflexionar profundamente y analizar todos los pormenores de cada situación, llegándose a cuestionar incluso ellas mismas. Por eso la mayoría de las personas inteligentes se alejan del poder, lo que nos ha llevado a esta situación: los inteligentes piensan mientras que los estúpidos actúan.

La reflexión necesita silencio, escuchar despacio y tiempo; algo que escasea hoy en día. Sin embargo, abunda la cultura del ruido y de lo inmediato; una cultura que todo lo oye pero que ni escucha ni piensa.

La estupidez de los líderes políticos no es casual, sino una estrategia del poder. El “populacho” ignorante no quiere líderes inteligentes o genios porque no les comprende, prefiere líderes mediocres; gente como ellos. Además, el “populacho” sólo anhela seguridad, lo demás se la trae al pairo.

Hoy en día no hay ámbito libre de mediocridad. Políticos, académicos, economistas, juristas e incluso los llamados intelectuales hacen gala de su mediocridad. Lo que triunfa en estos tiempos son los argumentos peregrinos dirigidos a retrasados mentales. Y les funciona, vaya si les funciona. Sólo tienes que recordar las consignas dadas durante la falsa pandemia o los estúpidos argumentos para demonizar el C02. Porque ya no importa la verdad, sólo importa el relato único de la última ideología de moda como, por ejemplo, el “wokismo”.

Actualmente la mediocridad es una epidemia. Ni siquiera la cultura se libra de esta plaga. Salvo raras excepciones, pintura, literatura, teatro, cine o cualquier otra forma de expresión artística se ha dejado llevar por esta corriente. El arte siempre fue crítica y belleza, pero ya no, ahora es ordinario y sólo repite como un mantra toda esa parafernalia ideológica de moda del siglo XXI.

La mediocridad se ha extendido de tal manera, que ahora las clases altas y bajas disfrutan con los mismos contenidos. Y no es que hayan desaparecido las clases sociales o que las clases bajas hayan dado un salto cultural cualitativo, sino al contrario, son las clases altas las que se han vuelto mediocres, pues así lo exige el guión del Nuevo Orden Mundial.

En la actualidad, si se quiere triunfar no se debe destacar, pues eso fomenta la ira y la envidia del mediocre. Esta nueva “cultura” de la mediocridad nos quiere a todos iguales (por abajo, naturalmente). Pero no sólo iguales ante la ley o en derechos y obligaciones, sino iguales en todos los sentidos: igual de listo o de tonto que otro, igual de hermoso o de feo que otro o igual de fuerte o enclenque que otro. En definitiva, que nadie destaque sobre el resto.

La mediocridad es una bendición para el verdadero poder. Una persona mediocre no actúa por su cuenta, por lo tanto, no incordia. Tampoco contradice la opinión de los demás, por lo tanto, no se enfrenta a nada ni a nadie. Y lo más importante, no enjuicia, por lo tanto, obedece y calla. Ese es el verdadero motivo por el que el poder está utilizando la estrategia de la mediocridad: todos iguales de idiotas, salvo los verdaderos dueños del mundo, naturalmente.

Como no podía ser de otra manera, toda esta igualdad se está plasmando en leyes y más leyes para evitar que ningún ciudadano destaque.

La mediocridad como forma de poder es un fenómeno social y político cada vez con más auge. Se ejerce a través de la burocracia y las normas, ya que suele apoyarse en procedimientos, reglamentos y formalismos para bloquear la iniciativa de los más brillantes. Y es que la mediocridad teme al talento, por eso desacredita y aísla a los competentes, para que no brillen. Frases como “así se ha hecho siempre”, “ya está todo inventado” o “no compliques las cosas” sirven para frenar a los innovadores.

Pero lo más increíble es ver cómo se ha implantado la mediocridad en la clase política. Un líder político mediocre raramente actúa solo, sino que se rodea de iguales. Crea una red de apoyo basada en la lealtad y la camaradería (obviamente huye del talento). Su poder radica en ser parte de esa masa de mediocres que no quiere grandes cambios y se conforma con poco. Al mostrase “normalito”, no genera envidia, y eso le permite permanecer en posiciones de influencia y de poder más tiempo que alguien que sí la genera por su brillantez. Por lo tanto, la mediocridad es la cualidad más importante que busca la élite a la hora de elegir a un político lacayo.

El político mediocre suele presentarse como “uno más”; alguien común y corriente al alcance de todos. Esa postura le ayuda a ganarse la simpatía de los demás mediocres, afianzarse en el poder y resistir el mayor tiempo posible. Sorprendentemente, esto llega a ser increíblemente eficaz en sociedades poco exigentes, como estamos hartos de ver en nuestras democracias occidentales.

La clase dominante ha utilizado la estrategia de la mediocridad para hacer de la nuestra una sociedad imbécil. Sabe que la mediocridad organizada puede ser más poderosa que cualquier otra alternativa del talento. De hecho, un mediocre aislado rara vez destaca, pero cuando la mediocridad se convierte en norma e invade todos los ámbitos de la sociedad logra bloquear a los brillantes.

Evidentemente, este imperio de la mediocridad es una fábrica de ignorantes. Antes un ignorante sentía vergüenza de su ignorancia. Ahora no, ahora hace gala de ella. Le han convencido de que pensar, leer o adquirir conocimientos es perder el tiempo, ya que todo está en el móvil. Y se lo ha creído.

Resumiendo. El poder ha construido un imperio de mediocres. Este imperio está frenando, desgastando y desplazando a los brillantes. Así, mientras los brillantes se desmoralizan y tiran la toalla, el imperio de la mediocridad avanza a pasos agigantados, afianzando cada vez más la sociedad imbécil en la que vivimos. 

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