10 junio 2025

NECESITAMOS ALGO MÁS QUE UN CAMBIO DE POLÍTICOS

Europa fue el primer continente en terminar con la pobreza de las masas, basándose en unos valores que defienden que cada ser humano es único, irrepetible y de una valía ilimitada. Pero estos valores están siendo puestos en tela de juicio por el falso “progresismo barato” de la clase política (sea del signo que sea), que a través de su obsesiva agenda verde y toda esa nueva “cultura woke” nos está llevando a la ruina ética, moral y económica. Y, cuando hablo de “progresismo barato”, no me refiero únicamente a los “progres” de izquierda, sino también a los de derechas, pues ambos son fervientes seguidores de la Agenda 2030.

Lo que están haciendo nuestros políticos no tiene nada que ver con el progreso (en mi modesta opinión, creo que ni siquiera saben qué significa esa palabra). Más bien nos están llevando a una involución (deliberada o no) enfrentando de nuevo a la sociedad: izquierda contra derecha, hombres contra mujeres, negros contra blancos, heterosexuales contra homosexuales, etc.

La mayoría de países occidentales están atrapados en un bucle de “crisis sistémicas”, originadas por una mediocre clase política de ineptos. Sin embargo, el problema no son las crisis continuadas, el problema son los políticos.

Las crisis no se solucionan simplemente con la sustitución de un político por otro, ya que los problemas estructurales de cada país exigen reformas profundas que vayan más allá de cambiar el color del partido político en el poder. De hecho, los políticos nunca han sabido resolver nada, sólo promulgar leyes restrictivas para ocultar su incapacidad de gestión.

En el caso de España, el esperpento de nuestra clase política raya en la más absoluta ignominia (ver corrupción política en España).

Tenemos un Gobierno que legisla a base de Decretazos, que reforma el Código Penal a su conveniencia, que infiltra en la Fiscalía General del Estado a uno de los suyos, que tiene ordeno y mando sobre el Tribunal Constitucional, que indulta y amnistía a otros políticos con delitos de alta traición y que se asocia con grupos afines a terroristas que en el pasado mataron a sus propios compañeros.

¿Y qué decir de la oposición? Pues más de lo mismo: los casos de corrupción se amontonan en los juzgados como la trama Púnica, la Gürtel, el caso Bárcenas, el del Auditorio en Murcia, Arena en Galicia, Andrach en Baleares, etc.

Dicho esto, está claro que cambiar a los rojos por los azules no va a solucionar nada. De hecho, les hemos ido alternando en el poder en el transcurso de los últimos 50 años y las cosas no sólo no han ido mejor, sino que han ido a peor.

Lo primero que deberíamos hacer es redactar y blindar una nueva Constitución, fortalecer la separación de poderes y garantizar que las instituciones no sean utilizadas a su antojo por ningún presidente de gobierno con delirios de grandeza. Y lo segundo, y más importante, acabar con la partitocracia.

Gestionar un país sin partidos políticos es un modelo político alternativo que rompe con la estructura tradicional de representación basada en agrupaciones ideológicas de partidos. Aunque bien es verdad que es algo raro y complejo, sin embargo existen teorías, propuestas y algunas experiencias prácticas que ayudan a imaginar cómo podría llegar a funcionar un país sin partidos políticos.

Un país sin partidos políticos podría elegir a sus representantes por su experiencia profesional, dotes extraordinarias o trayectoria intachable. Sería una especie de democracia directa o participativa, con mecanismos como referendos, plebiscitos, iniciativas ciudadanas y asambleas populares.

Los ministerios y otras áreas técnicas estarían a cargo de profesionales elegidos por sus conocimientos en la materia y no por lealtades políticas. Las decisiones se tomarían en niveles locales o regionales, reduciendo la concentración en el poder central. Las autoridades electas no podrían ser reelegidas, y los cargos serían de corta duración para evitar clientelismo o la acumulación de poder. Todos los cargos estarían sometidos a auditorías abiertas y rendición de cuentas constantemente. Se utilizarían plataformas digitales para que los ciudadanos puedan opinar, votar o proponer leyes. El ciudadano tendría el derecho a revocar autoridades si no se comportan con honestidad o se demuestra su nula valía para el cargo. Y, por supuesto, toda ley debería ser aprobada o vetada en referéndum antes de su entrada en vigor. ¡Ah! Y nadie tendría privilegios como, por ejemplo, aforamientos.

Pero para llevar a cabo esto -o algo parecido a esto- se necesitaría un sistema educativo de calidad donde formar ciudadanos responsables, libres, críticos y con verdaderos conocimientos.

Este modelo -aunque tampoco sería perfecto- tendría ventajas sobre el modelo actual, como un mayor control ciudadano y la eliminación del clientelismo. Sin embargo, también existiría el riesgo de fragmentación o falta de estabilidad si no se contara con una cultura cívica madura y adecuada.

Salvando las distancias, tenemos el ejemplo de Suiza que, aunque tiene partidos políticos, gran parte del poder reside en los cantones y usa mucha democracia directa con referendos constantes para casi todo. No olvidemos que Suiza es hoy en día el quinto país del mundo por renta per cápita y posee uno de los mejores índices de vida.

Y ahora la pregunta del millón: ¿es esto posible? Lo es. Y otra más: ¿tenemos los medios suficientes para llevarlo a cabo? Los tenemos. Entonces, ¿qué nos impide hacerlo? Y ahí chocamos con lo de siempre: porque nuestros dueños no quieren.

Los dueños del mundo son los que marcan la agenda a los políticos para mantener al pueblo en la ignorancia. Tienen secuestrada la tecnología al igual que el conocimiento. Las grandes multinacionales de las diferentes industrias disponen de patentes tecnológicas avanzadas que no salen a la luz por meros intereses geopolíticos y económicos. Y lo mismo ocurre con el conocimiento.

No le des más vueltas. No es verdad que tengamos que seguir anclados a este sistema de partidos políticos. Han llegado a convencernos de que no hay más paradigma que este, y les hemos creído. Y es que somos extremadamente crédulos y obedientes, como pudimos constatar durante la falsa pandemia.

Una sociedad plagada de estúpidos crédulos ignorantes es muy fácil de manipular, engañar y hacerla comulgar con ruedas de molino.  Y es que la estupidez es mil veces más destructiva que la maldad. La maldad se puede combatir, la estupidez no. Por lo tanto, lo que necesitamos es una dura y machacona campaña contra la estupidez. Mientras esto no se produzca, jamás cambiaremos de paradigma ni podremos arrebatar el poder a los maníacos que nos tienen bajo la suela de su zapato. 

NECESITAMOS ALGO MÁS QUE UN CAMBIO DE POLÍTICOS

Europa fue el primer continente en terminar con la pobreza de las masas, basándose en unos valores que defienden que cada ser humano es únic...