Como todos los años por estas fechas, los medios de comunicación vuelven a utilizar todo su poder propagandístico para amedrentar a la población con la llegada de la incombustible gripe (bueno, excepto en el año del Covid que desapareció por arte de magia).
Este año, la Junta de Andalucía ha habilitado unos “vacunódromos” en
los centros comerciales para que la gente se pinche a discreción. Es decir, que
cualquiera que pase por allí puede recibir un “medicamento” -que no ha sido recetado
por ningún facultativo y sin el consentimiento informado- sólo porque se lo ha
dicho la televisión. ¿De verdad esto es serio?
En la actualidad, la devoción incondicional a los médicos y a la
medicina, en general, no es discutible y menos en los tiempos que corren. Lo
vimos durante la falsa pandemia, donde cualquiera que tuviera una opinión
diferente a la establecida por la OMS -aunque fuera un Premio Nobel y lo
demostrara con datos- era denostado, tachado de negacioncita y condenado al
ostracismo.
Sin embargo, durante siglos hemos visto como la medicina oficial
tradicional ha defendido intervenciones que, lejos de sanar, han causado sufrimiento
inútil, discapacidad parcial o total y, lamentablemente, la muerte de muchos
pacientes. Desde las lobotomías practicadas para tratar trastornos psiquiátricos hasta la
inhalación de mercurio para curar la sífilis, la historia de la medicina está
plagada de tratamientos peligrosos que antaño se consideraron grandes avances y
que hoy en día han sido reconocidos como “erróneos”, por decirlo de una manera
suave.
Por desgracia, la lista de “errores médicos” mortales ha sido, y sigue
siendo aún en nuestros días, larga y preocupante. Las sangrías practicadas a
los pacientes para drenar la “sangre mala”, la recomendación del consumo de
cigarrillos como remedio para curar el asma o las sesiones de quimioterapia de
hoy en día para tratar el cáncer no fueron ni son tratamientos exitosos contrastados,
sino aberraciones médicas sin más. Pero como estos tratamientos son abalados
por la “sacrosanta medicina” los aceptamos sin rechistar, entre otras cosas,
porque no nos ofrecen otras alternativas.
Seamos rigurosos. La medicina convencional no cura prácticamente nada.
Esto no lo digo yo, lo dice algún que otro médico valiente como el Dr.
Mario Alonso Puig, cirujano cardiovascular: “En medicina solucionamos pocas
cosas. A los médicos no nos gusta reconocerlo, y no es agradable, pero resolver
resolvemos pocas cosas. Lo que la medicina contemporánea hace es cronificar las
enfermedades, pero curar, lo que realmente se dice curar, es decir, el concepto
hipocrático de curar una enfermedad: las infecciosas y la cirugía. Lo demás, lo
que vemos en los hospitales cada día en todas las especialidades, básicamente
son enfermedades crónicas en las que el médico no ha curado a un solo paciente
en 40 años de actividad médica profesional. En cardiología, reumatología o
endocrinología lo único que hacemos es cronificar la vida de las personas o
alargarla con buena calidad –eso está bien- pero no curamos”.
Los “errores” cometidos por la medicina durante lustros no fueron
experimentos fallidos sin más, sino la aplicación de protocolos avalados por
instituciones y universidades prestigiosas. Pero, ¡oh, sorpresa! Resulta que
todos estos protocolos tuvieron un mismo denominador común: el incentivo
financiero. Por cierto, incentivo financiero que ha prevalecido hasta nuestros
días, anteponiéndose a la ética y a la evidencia científica.
No es ningún secreto que la industria farmacéutica oculta gran parte de
los riesgos de los medicamentos, ya que en la mayoría de los casos no se
realizan los ensayos suficientes o se ignoran los resultados adversos. También
es una realidad que se soborna a los reguladores y se unta a los médicos. Por
consiguiente, una medicina anclada en el lucro no es muy de fiar que digamos,
¿no crees?
Todos sabemos que no hay dos personas iguales en todo el mundo, y lo
mismo sucede con cada organismo. Por lo tanto, bajo mi punto de vista (que bien
puede estar equivocado), aplicar el mismo “brebaje” para todos -como en el caso
de las vacunas- no sé si puede ser una irresponsabilidad mayúscula por parte de
la profesión médica, pero lo que sí es un inmenso negocio que, por desgracia, está
anteponiendo el lucro a la salud del paciente.
La medicina no es una ciencia exacta, sino empírica, lo que implica que
no es infalible. Esto supone que cualquier tratamiento estandarizado de hoy
puede convertirse en un escándalo mayúsculo el día de mañana, como lleva
ocurriendo desde los orígenes de la medicina moderna. Por lo tanto, si las
mismas instituciones que antaño avalaron tratamientos erróneos ahora promueven
quimioterapias, antidepresivos y vacunas de ARNm, ¿no deberíamos considerarlo
antes de aceptarlo sin más?
Lo que pasó hace cinco años ha abierto los ojos a muchas personas, que
vieron cómo se aplicaron unos protocolos que se contradecían un día sí y el
otro también. Esto ha generado desconfianza hacia el colectivo médico, hacia las
agencias reguladoras de medicamentos y, sobre todo, hacia el Ministerio de
Sanidad, que fue en última instancia el que ordenó su aplicación. Por cierto,
conviene recordar que durante la falsa pandemia el, por entonces, Ministro de
Sanidad, Salvador Illa, arengó y coaccionó a la población para que se vacunara
contra el Covid-19. Posteriormente, reconoció que él no se había vacunado.
¡Increíble! ¿Verdad? Pues bien. En recompensa a lo “aportado a la causa”, este
señor es hoy el Presidente de la Generalitat de Cataluña.
Hay una cosa incuestionable: cuando los gobiernos corruptos -a las
órdenes de la todopoderosa industria farmacéutica- dictan los medicamentos que
debemos tomar, es seguro que no se trata de priorizar la verdadera curación,
sino de lucro y/o alguna que otra cosa más oscura y diabólica.
No sé si será casualidad, pero día tras día nuestros políticos,
economistas y medios de comunicación nos bombardean constantemente con
propaganda como esta: “La economía no puede soportar la cantidad de jubilados
del baby boom”. “El sistema de pensiones es insostenible”. Los ancianos son un
colectivo improductivo que sólo genera gastos a la sociedad”.
Evidentemente, un anciano que recibe este tipo de mensaje se asusta, y un
anciano asustado es una bomba de relojería a punto de explotar. Si a eso le sumamos
que todos los años por estas fechas el gobierno vuelve a colocar la mascarilla
obligatoria en hospitales y centros de salud, el miedo está asegurado. De hecho,
los ancianos (y algunos no tan ancianos) andan con la mascarilla por la calle
como pollos sin cabeza y acuden a los “vacunódromos” incesantemente a recibir
su dosis de no sé qué “producto mágico” que le va a proteger, pero que en
realidad no le protege de nada pues sigue enfermando igual.
Utilicemos el sentido común. Resulta que si alguien tiene un problema
de salud, como, por ejemplo una arritmia cardiaca, debe esperar semanas o meses
hasta que consigue una cita con el cardiólogo. Si este decide que le tiene que
operar, ingresará en una larga lista de espera -que suele ser de varios meses-
hasta la realización de la intervención. Sin embargo, cíclicamente las
Consejerías de Sanidad de las diferentes Comunidades Autónomas envían un
mensaje al teléfono móvil de cada ciudadano mayor de 60 años, comunicándole que
puede acudir -sin cita previa- a su Centro de Salud para dispensarle un “tratamiento”
inmediato (vacuna). Dicho “tratamiento” es para combatir una enfermedad que no
tiene ni sabe siquiera si la va a tener. O sea, que cuando estamos realmente
enfermos no nos hacen ni puñetero caso, pero se preocupan mucho por nuestra
salud cuando estamos sanos. Conclusión, es bastante estúpido creer que esta
gente se preocupa verdaderamente por nuestra salud, ¿no crees?
La vacuna de la gripe fue desarrollada por Thomas Francis Jr. y
aprobada en 1945 en Estados Unidos para uso militar (por cierto, todo
lo que tenga que ver con los militares debería ponernos en guardia). Luego se
extendió a la población civil. Pero a partir de 1947, se “descubrió” que
el virus de la gripe “cambia” constantemente, y se decidió que para que la
vacuna fuera efectiva debería actualizarse anualmente. Y he aquí que desde
entonces la gente no hace más que vacunarse y, sin embargo, cada año hay más y
más gripe. La pregunta es: si el virus de la gripe “cambia” cada año ¿son
verdaderamente efectivas las vacunas para atacar un virus mutante? Y la más
preocupante: ¿por qué ese interés en vacunar, vacunar y volver a vacunar?
Seamos realistas. En estos tiempos distópicos la medicina ha dejado de
ser ciencia para pasar a ser una pseudociencia. Ha convertido la enfermedad en
un gigantesco negocio. Y lo más preocupante: está siendo utilizada por el poder
como herramienta de control, manipulación y algo más oscuro y diabólico que no
sabemos pero intuimos.
¿Recuerdas el vídeo que más se vio en redes sociales, durante la falsa pandemia,
donde una mujer médico iba decidiendo en un hospital quien vivía y quien moría?
¡Cuidado con lo que estamos aceptando!
En la actualidad, vacunas de ARNm, tratamientos a base de quimioterapia
y todo tipo de medicamentos son experimentados con nosotros en aras a procurar mejorar
la salud en el mundo. Sin embargo, a pesar de todos los adelantos y esfuerzos
realizados en este sentido la población de hoy en día es la más enferma de la
historia de la humanidad. Entonces, ¿cómo se come esto?
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