En estos tiempos, donde los globalistas tratan de imponer su distópica
ideología al resto del mundo, ponerme a hablar de la familia y su hasta ahora
función reproductora, educadora y protectora es garantía absoluta de ser
etiquetado de “extrema derecha”. Por cierto, cosa que me la trae al pairo, pues
ya he dicho en infinidad de ocasiones que no creo ni profeso ninguna ideología,
ya que son todas fanáticas, sectarias, egoístas y propagandísticas. Las etiquetas son simplemente
eso, etiquetas. Además, creo haber dicho en más de una ocasión que
tanto la izquierda como la derecha son dos caras de la misma moneda: la de la
estupidez aplicada a todos aquellos que las siguen.
En el mundo actual no hay nada al azar y todo está
planificado de antemano. Ese supuesto
interés por ampliar nuestro espectro de libertades, por parte de lo peorcito de
la sociedad, es decir, de la clase política, sólo puede conducir a un Estado aún
más totalitario, que ahora se expande a una velocidad de vértigo.
Los nuevos movimientos surgidos de las últimas ideologías
de moda quieren acabar con la familia. Así lo dicen abiertamente militantes del
Movimiento LGBTIQ+ o del Movimiento Feminista, donde una de sus máximas
exponentes, Linda Gordon, dijo: “La
familia nuclear -formada por padre, madre e hijos- debe ser destruida. El romper con las familias ahora es un proceso
objetivamente revolucionario”. Aquí, en España, se siguen las mismas
consignas. Sin ir más lejos, el Diputado de Más Madrid, Juan Varela-Portas,
manifestó en un pleno de la Asamblea de Madrid: “Se debe introducir a la
alumna, alumno o alumne en el reino de la diversidad. Debe ser arrancado
suavemente de las neurosis ideológicas de su propia familia, liberarlo de su
familia”.
Evidentemente, todo esto forma parte de la agenda de las élites para
llevar a cabo su plan de despoblación.
La familia, hasta no hace mucho tiempo piedra angular de la sociedad,
ha tomado una deriva irracional dando un giro de 180 grados. Durante siglos fue
concebida como el origen de todo. Sin embargo, ahora está siendo cuestionada,
en el mejor de los casos, o directamente repudiada y destruida.
La familia siempre fue un refugio, un baluarte frente al
vertiginoso mundo exterior. Allí uno encontraba cariño, apoyo y sentido de
pertenencia. En el medio rural una familia numerosa era sinónimo de “opulencia”,
ya que 20 brazos generaban más riqueza que 2. Y lo mismo pasaba en el ámbito
urbano, donde la familia proporcionaba estabilidad e impulso para el ascenso
social. En ambos casos la familia era vista como una institución
que protegía frente al caos en el que solían vivir las personas fuera
de ella. Pero esto ha cambiado radicalmente, ya que los nuevos tiempos
distópicos que estamos viviendo han creado todo un nuevo relato invirtiendo esa
imagen. Y lo han hecho por diferentes vías y con mucha perseverancia y
reiteración.
Cualquiera que sea un poco observador, y no se quede en lo superficial
de lo que lee o ve, habrá podido comprobar cómo el cine y la literatura de las
últimas décadas han convertido a la familia en el origen de casi todos
nuestros males. Y es que escritores y guionistas ya no retratan a la familia
como un cálido nido en el que criar a la prole, sino como un criadero de
neuróticos.
En los países occidentales ya estamos asistiendo al desplome de la
natalidad. Según parece, esto se debe a dos razones: una, por la dificultad
económica de los jóvenes con empleos precarios mal remunerados, hipotecas
inasequibles y un precio de alquiler por las nubes, y, dos, por el cambio
radical de cómo se vive la sexualidad hoy en día, desvinculándola de la
procreación y vista como un derecho natural al placer. En definitiva, que tener
aventuras pasajeras sin compromiso o simplemente vivir y disfrutar de nuevas
experiencias cada día resulta mucho más sugerente y atractivo que criar hijos,
obviamente.
He de reconocer que ambas explicaciones tienen parte de razón. Pero hay
un tercer factor en la ecuación que pasa prácticamente inadvertido: el
desprestigio y desarraigo hoy en día de la maternidad y la paternidad. De
hecho, en el actual lenguaje inclusivo los términos “padre” y “madre” han sido
sustituidos por los de “progenitor” y “progenitora”.
Actualmente, la que fue considerada la meta de toda persona, emanciparse
y formar una familia, se ha transformado en una aventura peligrosa, pues los mensajes
sombríos que reciben las nuevas generaciones acerca de la familia hace que se
lo piensen dos veces antes de acometer esa aventura.
La propaganda en este sentido es constante. Hoy en día es de lo más
normal que un personaje famoso salga en televisión hablando de lo traumática que
fue su infancia, convirtiendo así a sus padres en verdaderos psicópatas
que le arruinaron su infancia y su juventud. E incluso algunos aseguran que le
destrozaron la vida. Y no digo yo que no sea verdad, pero no es lo habitual.
La familia no es una institución perfecta, como tampoco lo son todas
las demás empezando por el Estado. Y claro está, si sólo enfocas lo sombrío y
lo difícil que es la convivencia y criar hijos es muy probable que acabe mal.
Es un hecho que desde que apareció la televisión se nos trata como a
verdaderos retrasados mentales, diciéndonos en cada momento cómo tenemos que
actuar (lleve el paraguas porque va a llover, ponga gasolina al coche si va a
viajar,…), y en el tema de la familia no iba a ser menos. Siguiendo en esa
línea, ahora los “expertos” aseguran que formar una familia y tener hijos es
para personas muy cualificadas. Nos dicen que para criar hijos no basta sólo
amor, sino que hace falta dinero, ser un virtuoso de la psicología infantil, tener
conocimientos de pediatra y otras habilidades. En definitiva, lo que antes era
una cualidad innata de las personas (criar hijos), ahora ya no. Ahora se necesita
ser todo un experto en determinadas materias para afrontar con alguna garantía
de éxito la crianza de un niño. Si a esto le sumamos el peligro inminente que
tiene para un hombre el unirse a una mujer y tener hijos, pues la lucha contra
el machismo ha puesto contra las cuerdas a todos los hombres a los que se
considera potencialmente maltratadores, hace que muchos varones vean el
matrimonio y la paternidad como una aventura muy peligrosa en la
que fácilmente pueden perderlo todo: su honorabilidad y su dinero,
naturalmente.
No seamos ingenuos. El desprestigio de la familia es parte de la agenda
de despoblación de las élites globalistas. Nadie obliga a nadie a vivir como le
plazca. Pero si te preguntas por qué los jóvenes no quieren formar una familia
y tener hijos, la respuesta no sólo está en que son económicamente débiles, que
lo son, sino a toda esa constante basura ideológica depositada en sus
cabezas.
Evidentemente, formar una familia tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero decídelo tú y no te dejes influenciar por toda esa propaganda globalista.
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