En EEUU, en un reciente estudio del “Centro de Control y Prevención de
Enfermedades” (CDC) titulado “Prevalencia e
identificación temprana del trastorno del espectro autista en niños de 4 y 8
años -Red de Monitoreo del Autismo y las Discapacidades del Desarrollo, 16
sitios- Estados Unidos, 2022”, se encontraron las siguientes estadísticas
preocupantes:
En 1970 había un niño con
trastorno del espectro autista (TAE) por cada 10.000 niños.
En 1980: uno de cada
3.000 niños.
En 1990: uno de cada
1.000 niños.
En 2000: uno de cada 150
niños.
En 2010: uno de cada 68
niños.
En 2020: uno de cada 36
niños.
Y en 2022: uno de cada 31 niños.
Esto supone que el TAE aumentó un 32.000% en niños de 8 años en EEUU.
En España, de acuerdo a los datos extraídos del último informe de la
Confederación Autismo España (CAE) titulado “Datos de alumnado general no universitario con trastorno del espectro
del autismo”, el número de alumnos con autismo en el sistema educativo español se
han multiplicado por cuatro en poco más de una década, produciéndose de manera
continuada en los últimos 12 cursos escolares. Así, se ha pasando de 19.023
alumnos autistas en el curso 2011-2012 a 78.063 en el curso 2022-2023, lo que supone
un incremento del 310,36% (datos e imagen obtenidos en cienciaysalud.com).
Para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad estos datos son
extremadamente alarmantes. Sin embargo, no parecen preocupar a nadie. Solamente
los afectados son conscientes de tan dramática situación.
La mayoría de padres con hijos autistas creen, porque lo han vivido,
que la cantidad enorme de vacunas que reciben los niños son las causantes de
esta situación. Sin embargo, ningún organismo oficial con competencia en la
materia se ha tomado la molestia de investigar esta denuncia. Evidentemente,
esto es debido a que la industria farmacéutica tiene metidas sus zarpas en
todas partes.
Según los fabricantes de vacunas, todas son “seguras”, “eficaces”, han
salvado millones de vidas y evitado sufrimientos innecesarios. Por lo tanto -también
según ellos- ningún ser humano debería verse privado de estos beneficios. Lo
que no mencionan, es que hay literatura y estudios revisados por pares que dicen
exactamente todo lo contrario. Así que la pregunta inevitable es: ¿por qué no
hay debate al respecto? Pues porque la todopoderosa industria farmacéutica no
quiere arriesgarse a perder sus enormes beneficios. Así de simple
Por otro lado, los tratamientos para combatir o paliar el autismo
generan a la industria farmacéutica cientos de miles de millones de dólares en
ganancias cada año. Así que es fácil de entender que no quieran que la epidemia
de autismo termine. ¡Increíble! ¿Verdad?: Ellos generan el problema con las
vacunas y luego ofrecen la solución con sus tratamientos. Es decir, se lo
llevan crudo con el problema y luego con la solución.
Está claro que de seguir ignorando esta realidad no tardando mucho el
autismo se habrá convertido en una auténtica plaga, si es que no lo es ya. Creo
que la sociedad no es consciente de lo que significa un mundo lleno de
autistas. Pues veamos a lo que nos enfrentamos.
Las personas autistas tienen una variedad de limitaciones o desafíos
que varía mucho entre individuos. Un mundo lleno de autistas significa que la
inmensa mayoría de las personas tendrán problemas para comprender o usar el lenguaje
verbal y no verbal (gestos, tono de voz o expresiones faciales); dificultad
para iniciar o mantener una conversación; limitaciones a la hora interpretar
normas sociales implícitas (por ejemplo, mantener contacto visual o respetar
turnos); problemas para desarrollar o mantener amistades; preferencia por estar
solos o poco interés en actividades sociales; apego a rutinas estrictas y malestar
ante cambios inesperados; interés muy intenso o restringido en temas
específicos; hipersensibilidad o hiposensibilidad a estímulos como luces,
sonidos, texturas, sabores u olores; reacciones extremas a ruidos fuertes, ciertas
telas o luces brillantes y problemas con la planificación, organización o
manejo del tiempo. Por el contrario, también es verdad que muchas personas
autistas pueden tener otras habilidades, como una gran memoria, pensamiento
lógico o ser excepcionales en áreas como matemáticas, música o programación.
Pero no sólo ha aumentado el autismo de una forma alarmante, sino
también el resto de enfermedades y otras nuevas. Paradójicamente, aquí hay algo
que no cuadra, ¿cómo puede ser que en la era más avanzada de la medicina haya
más enfermedades y más enfermos que nunca? ¿Qué está pasando?
Pues pasa que la medicina moderna ya no se rige por el principio
“primum non nocere” (lo primero es no hacer daño). Ahora todo se reduce a una
transacción comercial “paciente-médico-bigfarma”, amparada en una pseudociencia
que experimenta directamente con seres humanos sin su consentimiento (lo vimos
durante la falsa pandemia cuando se inoculo a la gente “vacunas” experimentales
sin el consentimiento informado).
Salvando las distancias, el sacrificio de niños inocentes, llevados a
cabo en otros tiempos en forma de rituales sangrientos, hoy se hace en los
hospitales bajo la legitimidad de unas leyes que les obliga a inocularse
vacunas a cascoporro. En definitiva, se ha cambiado el cuchillo por la
jeringuilla, los sumos sacerdotes por médicos y los rituales sangrientos por
protocolos sanitarios.
Sinceramente creo que no me equivoco si digo que a la inmensa mayoría
de la sociedad el aumento de autismo le importa un rábano. Y no le importa,
porque somos una sociedad acostumbrada a relativizar el dolor ajeno mirando
hacia otro lado. Nos hemos convertido en seres estúpidos, indiferentes y
anestesiados. Y lo que roza en la degeneración más absoluta: seríamos capaces
de vender a nuestra propia madre con tal de seguir manteniendo nuestro culo
pegado a la silla del falso confort en que vivimos.