El origen de las expresiones “izquierda” y “derecha” se remonta a los
preámbulos de la Revolución Francesa, en concreto al 5 de mayo de 1789.
Ese día el Rey Luis XVI presidía la Asamblea de los Estados Generales. En
aquella reunión -presagio de los acontecimientos que posteriormente se iban a
desencadenar- los representantes del clero y de la nobleza se sentaron a la
derecha del Presidente de la Asamblea y los representantes de la burguesía y
del pueblo a su izquierda. A partir de aquel momento, a los representantes
del clero y la nobleza se les adjudicó el término “derecha” y a los
representantes de la burguesía y del pueblo el de “izquierda”. Y como los
primeros defendían la aristocracia y la monarquía y los segundos la república y
las libertades civiles, desde entonces se ha asociado a la “derecha” con las
clases altas (ricos) y a la “izquierda” con las bajas (pobres).
Pero ni la gente de “izquierdas” es necesariamente pobre ni la de “derechas”
necesariamente rica, y muchísimo menos los dirigentes de estas dos tendencias
políticas. Sin embargo, estas etiquetas son de una eficacia absoluta a la hora
de mantener dividida a la sociedad.
En la actualidad, todo el mundo es etiquetado con alguno de estos dos
epítetos. Cuando alguien no comulga con las ideas de un gobierno de “derechas”
automáticamente es encasillado como una persona de “izquierdas” y viceversa. Pero
la cosa no termina ahí. Ahora, en estos tiempos donde todo se exagera una
barbaridad, aquel que no se someta al discurso “políticamente correcto” de una
u otra tendencia se le catalogará peyorativamente de extremista; es decir, de “extrema
derecha” o de “extrema izquierda”.
Y digo yo. Si en el mundo de las ideas cabe todo, ¿a santo de qué las
personas que tienen ideas diferentes son peyorativamente etiquetadas de esa
forma? Pues muy sencillo: para ridiculizar actitudes, comportamientos y, lo más
importante, para sabotear proyectos.
Salvo raras excepciones, los seres humanos queremos vivir en paz y
armonía con nuestros semejantes y disponer de los recursos suficientes para
poder llevar una vida digna. Esto es así en todos los lugares del mundo. De
hecho, es lo que vende cada una de las ideologías políticas de “izquierda” o
“derecha”. ¡Curioso! ¿Verdad? Porque si la “derecha” y la “izquierda” venden el
mismo producto, lo lógico es pensar que son lo mismo.
La élite, en su afán de mantenerse indefinidamente en el poder, es la
que ha diseñado este sistema “amo-esclavo”, donde el gobierno (esbirro pelele
que trabaja para la élite) ejerce la función de amo y el resto de nosotros de
esclavos. Evidentemente, la mejor estrategia para controlar a los esclavos
siempre ha sido mantenerlos divididos (ya sabes, “divide y vencerás”). De ahí
la creación de las dos tendencia políticas ficticias “izquierda” y “derecha”.
¿Te has parado a pensar por qué ningún régimen de “derechas” ni de “izquierdas”
ha acabado nunca con la pobreza? Muy sencillo, porque la pobreza es la clave de
la existencia de este sistema “amo-esclavo”. El amo necesita al esclavo. ¿Y qué
pasa cuando el esclavo deja de ser pobre? Pues que deja también de ser esclavo.
Por consiguiente, sin pobreza no hay sistema “amo-esclavo” que valga.
En el mundo de
hoy los políticos “discuten” sus estúpidas agendas de “derechas” e “izquierdas”,
en el circo mediático en el que se ha convertido la política, mientras el poder
global del dinero (que permanece en la sombra) es el que verdaderamente sigue dando
forma a la sociedad a su antojo.
Y es que desde
que en 1913 se fundó la Reserva Federal (FED), un cártel bancario se ha hecho
con el control del mundo. Desde entonces, el monopolio de la creación de dinero
pasó por ley a manos de unos pocos banqueros de Wall Street. Posteriormente,
con la creación del Banco de Pagos Internacionales (BPI), el Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial (BM), esta gente ha expandido su poder hasta incluir el
control de la casta política.
Sólo hace falta
ser un poco observador para darse cuenta de que los políticos de hoy no son más
que títeres de un esperpéntico espectáculo diseñado para irritar, confundir y
dividir a las masas. Si te fijas, sólo debaten (eso sí, acaloradamente) sobre
cuestiones banales o personales, que dan lugar a un interminable culebrón
mediático con el que entretener a las masas ignorantes. Evidentemente, estas disputas
orquestadas no son baldías, ya que distraen la atención del “populacho”, para que
no sea consciente de que está sometido a un sistema de control, casi
imperceptible, por parte del poder global del dinero.
Eso de que
nosotros, el pueblo, somos soberanos es mentira. Que los políticos que forman
el gobierno son nuestros representantes, otra gran mentira. Y que la democracia
es la mejor forma de gobierno justa y conveniente para vivir en armonía, la
mentira más grande de todas. Y es la más grande de todas, porque la democracia
está intervenida por el poder global del dinero.
El poder global
del dinero -“Estado Profundo” o como se le quiera llamar- está compuesto por
una compleja red interconectada de banqueros, burócratas, agencias de
inteligencia, grandes corporaciones e instituciones supranacionales que dan las
órdenes a los políticos transitorios que ellos mismos colocan al frente de los
gobiernos. De hecho, tanto la “izquierda progresista” como la “derecha
capitalista”, que siguen con su discurso pueril para imbéciles profundos, lo
único que hacen es seguir las pautas del poder global del dinero para mantener dividida
a la sociedad.
¿Cuándo nos vamos
a dar cuenta de que el paradigma “izquierda-derecha” es una farsa? Hoy en día,
tanto las políticas de “izquierda” como las de “derecha” caminan en la misma
dirección de llevar a buen puerto la Agenda 2030 de la ONU: mediante las políticas
de “izquierda” se está desintegrando la sociedad -eso sí, disfrazando estas
políticas de equidad social- mientras la “derecha”, con meras reacciones
débiles, hace su papel de “oposición”.
Pero intentar abrirle los ojos a toda esa gente ideológicamente
hipnotizada es como predicar en el desierto. Con esa gente no se puede razonar.
Para ellos todo lo que no es rojo es azul o viceversa. Pero no es que sean
rojos o azules por convicción, sino que son anti azules o anti rojos por
prescripción del partido que votan. Verdaderamente alguien ha hecho muy bien su
trabajo: están muy bien adoctrinados.
Para el resto, es decir, para todo aquel que todavía le funciona alguna neurona, no hay duda de que el paradigma “derecha-izquierda” no es más que una herramienta del poder global del dinero para mantener dividida a la sociedad. Y ya se sabe, una sociedad dividida es una sociedad vencida.