Según Diego Sánchez de la Cruz (investigador asociado del Instituto de
Estudios Económicos y profesor asociado en la UCJC), en España hay en
vigor unas 100.000 leyes y normas de todo tipo. Eso supone alrededor de un
millón de páginas que todo ciudadano debería leer y conocer, ya que, según la
propia ley, el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento y, por lo
tanto, de la sanción o pena que ello conlleve. Esto, se mire por donde se mire,
es un disparate que, para más inri, lejos de disminuir sigue creciendo a un
ritmo vertiginoso.
Pero lo peor de todo no es que el
conocimiento de tantas leyes sea inabarcable para cualquier ciudadano, sino el
coste que esto representa. En un informe, que publicó la CEOE en 2011, se
cifraba en 45.000 millones de euros el coste de esta monumental maraña
legislativa.
Evidentemente, todas estas normas afectan a
la vida cotidiana de los ciudadanos. Impuestos, energía, transporte, alimentos,
medicinas, vivienda, trabajo y un larguísimo etcétera están regulados por
alguna o varias leyes.
Este exceso de leyes no es sólo un problema
de España, sino también del resto del mundo. Además, si a España le sumamos la
burocracia europea, que aprueba unas 3.100 normas jurídicas al año, lo que
tenemos es un galimatías inmenso de leyes y más leyes que vuelve loco a
cualquiera.
Estamos atrapados en una espiral de
demasiadas leyes, demasiado gobierno, demasiadas instituciones y demasiadas fuerzas
armadas, lo que implica muy poca libertad.
Lo que tenemos ante nosotros es una
cleptocracia que nos va ahogando más y más cada día. Indudablemente, toda la
culpa es nuestra por ceder nuestra libertad a cambio de una supuesta seguridad
que, paradójicamente, nunca llega. De hecho, hemos confiado ciegamente en el
gobierno para que nos librara de cosas como el terrorismo, la “pandemia” o la
inmigración ilegal masiva. Sin embargo, ni estamos más seguros y saludables que
antes y tampoco han dejado de llegar pateras a nuestras costas. Eso sí, como hemos
podido comprobar, se han promulgado nuevas leyes restringido aún más nuestra ya
maltrecha libertad.
Hoy en día son tantas las leyes en vigor
que es imposible que haya alguien que no incumpla ninguna. Según las
estadísticas, el ciudadano medio comete, sin saberlo, al menos 10 delitos leves
y 2 delitos graves al día debido a la sobreabundancia de leyes. Por lo tanto,
en una sociedad así está claro que todos somos “delincuentes” en potencia.
Este problema de exceso de regulación se ha
vuelto insostenible, dado que, como dijo alguien muy ingenioso, hemos llegado a
un punto donde todo está prohibido, es ilegal o engorda. De por sí, hay tantas leyes que ni
siquiera los encargados de hacerlas cumplir las conocen todas.
El acoso, intimidación y amedrentamiento
que las leyes ejercen sobre nosotros hace que estemos excesivamente regulados,
hasta tal punto que se nos considera incapaces de manejarnos sin ellas.
Sin embargo, nada de eso es cierto. Ni
necesitamos leyes ni es relevante tener un gobierno para vivir en paz y
armonía. Hay alternativas, y una de ellas es el autogobierno.
Una sociedad con autogobierno, es aquella
en la que los ciudadanos participan directamente en la toma de decisiones sin
la intermediación de un gobierno centralizado o una autoridad externa. Este
modelo de organización social se basa en principios de democracia directa,
participación equitativa y autonomía.
En una sociedad autogestionada, los
ciudadanos tienen el poder de decidir directamente sobre los asuntos que les
afectan, en lugar de delegar estas decisiones a representantes electos. La toma
de decisiones está distribuida entre comunidades locales y no concentradas en
un solo ente central. Y, por supuesto, todos los miembros de la sociedad tienen
igual oportunidad de participar en la toma de decisiones.
Pero lo más importante de una comunidad
autogobernada, es que organiza y gestiona sus propios recursos, su sistema de producción
y su propia red de servicios. Esto incluye desde la producción de alimentos hasta
la educación y la sanidad.
Evidentemente, una sociedad así requiere de
un sistema educativo de calidad, donde se fomente el respeto, la participación
activa, la colaboración y el pensamiento crítico, preparando a los ciudadanos
para ser miembros activos y comprometidos con la comunidad.
¿Difícil? Pues claro. Sin embargo, hay ejemplos históricos y contemporáneos como la
Comuna de París de 1871, donde los parisinos intentaron gestionar la
ciudad de manera autónoma, aunque sólo duró dos meses. O el Movimiento Zapatista en Chiapas, México,
donde los Zapatistas han establecido formas de autogobierno en varias
comunidades basadas en principios de autonomía y democracia directa. O el de Rojava, en el Norte de Siria, donde se
ha implementado un sistema de autogobierno basado en la democracia directa.
Dicho esto, queda claro que una sociedad
autogestionada ofrece un modelo alternativo a las formas tradicionales de gobierno.
Pero, ¿alguien a estas alturas piensa que los dueños del mundo van a consentir
una cosa así? Puede que en casos aislados (como los que acabo de citar) de
comunidades muy pequeñas y sin interés económico para ellos. Pero aplicarlo a
países o continentes enteros no lo creo. Y no lo creo, porque, entre otras
cosas, la gente no quiere, ya que está tan acostumbrada a estar sometida a las
estúpidas leyes del poder que no concibe una vida en libertad.
Todas esas maldades que se le achacan sistemáticamente
al ser humano no han sido más que la excusa perfecta para la implementación de
leyes y más leyes, por parte del poder, para acabar con la libertad del hombre.
Sin embargo, las personas no son malas por naturaleza. Tiene sus cosas, claro
que sí, pero, en general, son inteligentes, emprendedoras, sociables y
generosas. El problema está en el sistema que unos cuantos maniacos llevan imponiéndonos
desde tiempos inmemoriales. Sistema, por otra parte, que no es más que el
producto de la codicia de unos pocos. Por eso es importantísimo hacer ver a la
gente que mientras legitime este sistema con su voto más y más leyes se irán
promulgando para seguir esclavizándonos.
Para terminar, una dosis de realidad. Ayer
en las elecciones al Parlamento Europeo en España hubo una abstención del
50,8%. Eso quiere decir que los ciudadanos de este país dijeron
mayoritariamente NO a la UE. ¿Crees que los políticos lo van a tener en cuenta?
Pues claro que no.
¡Señores! ¿Cuándo vamos a espabilar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario