Afirmar
que las vacunas son el producto mejor estudiado del mundo, cuando los estudios
de seguridad no se realizan ni antes ni después de su uso en la población, es
simple y llanamente el fraude farmacéutico más repugnante.
Después
de décadas en las que los defensores acérrimos de las vacunas han insistido
hasta la saciedad que son los productos mejor estudiados del planeta, acaban de
retractarse admitiendo precisamente todo lo contrario.
Concretamente,
han admitido que las vacunas no se estudian adecuadamente ni antes ni después
de su aprobación, diciendo que los ensayos clínicos previos a la autorización
tienen tamaños de muestra y duración de seguimiento limitados y que, además, no
hay recursos destinados a estudiar la seguridad posterior a la autorización.
Es
cuanto menos sorprendente, que a pesar de lo ocurrido en los últimos cuatro
años las vacunas sigan siendo la “panacea” de la medicina moderna que hay que
defender y de la que nunca hay que dudar. Pero, ¿está justificada tal
aseveración?
Ante
lo ineficaz y deshonesta gestión de la falsa pandemia la inmensa mayoría de la
población no ha reaccionado. Sólo algunas personas se decepcionaron con sus
gobiernos e instituciones sanitarias. Y aunque la mayoría de los desilusionados
limitan sus críticas a la mala gestión de la crisis del Covd-19, incluidas las
vacunas ARNm, son relativamente pocos los que extienden su análisis crítico a
las vacunas en general o a las vacunas infantiles en particular.
Y
esto es así, porque la mayoría desconoce la sombría y cruda realidad de la
ciencia de las vacunas. Y los que la conocen, callan porque temen ser
etiquetados como “antivacunas” o “negacionistas” (lo que es comprensible, ya que
esas dos etiquetas son colocadas a todo aquel que se atreve a cuestionar cualquier
aspecto del dogma de las vacunas).
De
hecho, las farmacéuticas han establecido un sistema en el que no se puede estar
en desacuerdo con su “ciencia”, a pesar de que esa es la base del método
científico. Si los médicos, los científicos y las revistas académicas no pueden
debatir públicamente, entonces no es ciencia en absoluto, es religión. Y eso es
lo que está pasando con las vacunas.
Las
vacunas suponen un reto tanto para los científicos y profesionales de la medicina
como para los padres que tienen que adminístraselas a sus hijos. Los primeros
aseguran que las vacunas son seguras y eficaces. Sin embargo, cada día crece el
número de padres que afirman que las vacunas causan graves efectos secundarios
en sus hijos, e incluso dudan de su eficacia que creen que está exagerada.
Todo
aquel que ha querido ver (porque bien es sabido que no hay más ciego que el que
no quiere ver) ha comprobado como las “vacunas Covid-19” han sido el mayor
fiasco (o no tan fiasco) de la historia de las vacunas.
Ante
tal evidencia, es lícito preguntarse: ¿son las vacunas infantiles diferentes de
las “vacunas Covid-19”? ¿Son más seguras? ¿Se han probado mejor? ¿Están bien
documentados e investigados sus efectos secundarios? ¿Se permite a los profesionales
médicos (o a cualquier otra persona) cuestionarlas más de lo que se les permitió
cuestionar las vacunas Covid-19? Y la pregunta más importante de todas:
¿Podemos confiar nuestros bebés a vacunas producidas, probadas, comercializadas
y autorizadas por los mismos organismos, instituciones, corporaciones, médicos
y gobiernos que nos defraudaron y engañaron de una manera tan miserable en los
últimos cuatro años?
Todo
aquel que quiera y esté interesado en saber algo más sobre las vacunas de lo
que nos cuentan los organismos oficiales que las apoyan y defienden (facultades
de medicina, instituciones como la OMS, GAVI, etc.), puede leer el libro “Tortugas hasta el fondo: Ciencia y mitos de las vacunas”, que se
publicó por primera vez en Israel a principios de 2019.
Este
libro hace un análisis exhaustivo de la ciencia de las vacunas desmontando la
mayoría de sus mitos. Por ejemplo, en él se dice que no existe ni una sola
vacuna en el programa de vacunación infantil cuya verdadera tasa de efectos
adversos se conozca. También, que la afirmación de que las vacunas causan
efectos secundarios graves en 1 de cada millón de vacunados contradice los
resultados de numerosos ensayos clínicos en los que se notificaron efectos
adversos graves en 1 de cada 40, 30 o incluso tan sólo 20 bebés vacunados.
Esto
no nos debería extrañar, ya que estamos viendo generación tras generación niños
cada vez más enclenques sufriendo nuevas patologías que hace tan solo 60 años
prácticamente no existían. Me refiero, por ejemplo, al aumento de casos de
autismo o a la proliferación de alergias de todo tipo.
Por
otra parte, la metodología actual de los ensayos clínicos de vacunas invalida
las afirmaciones de que las vacunas son seguras y que se prueban de forma
exhaustiva y rigurosa. Esto derrumba por completo el castillo de naipes del
programa de vacunación infantil, dado que las garantías de seguridad de las
vacunas se basan, principalmente, en ensayos clínicos deliberadamente
defectuosos patrocinados por la industria farmacéutica.
Resumiendo,
los autores aseguran que todo el programa de vacunas se basa en un
encubrimiento deliberado de las verdaderas tasas de efectos adversos de las
vacunas, y que su tan cacareada seguridad y eficacia, cuidadosamente construida
durante muchas décadas y avalada por innumerables organizaciones (OMS, GAVI,
etc.) y médicos, en realidad no se sostiene sobre nada.
El libro concentra una gran cantidad de información
(acompañada de un análisis detallado) que se encuentra dispersa en cientos de
artículos médicos, libros y sitios web. Presenta varios conceptos originales,
además de sentar una sólida base científica para los conceptos más establecidos. También incluye las referencias científicas y las citas concretas que la
respaldan (más de 1.200), todas ellas procedentes de artículos científicos,
libros de texto y las publicaciones oficiales de los organismos gubernamentales
pertinentes o los documentos de los fabricantes.
Pero
lo más sorprendente, es que en el Prólogo del libro, escrito por Mary Holland,
J.D. (presidenta y asesora general de
Children's Health Defense y defensora de una mejor legislación y política sobre
vacunas), se asegura de que todo lo que en él se dice (y se dice mucho) no ha
sido refutado hasta la fecha.
Como
es lógico, un profano en la materia, como el que ha escrito estas líneas, no
pretende dar lecciones ni convencer a nadie de nada. Sólo se cuestiona si es
realmente verdad todo lo que oficialmente
se nos cuenta sobre las “bondades” de las vacunas. Y se lo cuestiona, porque no
es la primera vez, ni será la última, que nos mienten y nos engañan.
¿Te acuerdas? Primero las vacunas Covid-19 eran seguras, eficaces y
protegían 100% de ser contagiado. Después, ya no protegían 100%, pero si te
contagiabas amortiguaban la enfermedad. Luego te podías contagiar y contagiar a
otras personas, pero te salvaban de la UCI,… Y así sucesivamente se fue cambiando
el relato para justificar lo injustificable: que las vacunas Covid-19 nunca
fueron seguras y eficaces. De hecho, a día de hoy siguen causando estragos.
Aunque bien es verdad que la inmensa mayoría de nosotros no tenemos
formación suficiente para asegurar o negar nada, no solo sobre las vacunas,
sino también sobre la mayoría de temas relacionados con la ciencia, sin
embargo, sí tenemos sentido común, y a poquito que investiguemos es seguro que
encontraremos una respuesta adecuada que nos satisfaga. Eso sí, procurando ser
lo más objetivo posible.
No
hay que ser ningún conspiranoico para saber que la industria farmacéutica,
piedra angular de la medicina convencional, antepone el dinero a la salud del
paciente: promete sanación, pero lo que ofrece son promesas vacías y una
combinación fatal de efectos secundarios.
Esto no lo digo yo, lo dice uno de los investigadores más prestigiosos
del mundo, John P. A. Ioannidis (médico-científico que ha realizado
contribuciones en medicina basada en evidencia epidemiología, ciencia de datos
e investigación clínica, además de pionero en investigación sobre la
investigación), quien ha demostrado que gran parte de la investigación
publicada no cumple con los estándares de la evidencia científica.
Y es que desde hace más de cien años la industria tiene metida sus
zarpas en la investigación. Por eso ha dejado de ser honesta, porque si detrás
de cada investigador hay un patrocinador, no creo yo que elabore informes en
contra de la mano que le da de comer. Y si ese investigador es honesto, es más
que probable que sus informes acaben en un cajón y nunca lleguen a ver la luz.
En
definitiva, las grandes farmacéuticas y muchos médicos no son los salvadores
que dicen ser, sino que se benefician de un sistema que antepone el dinero a la
salud. Por lo tanto, mientras la enfermedad siga siendo un suculento negocio,
nadie va a venir con una vacuna a erradicar ninguna enfermedad.
Ahora
cada uno puede seguir poniéndose todas las vacunas que quiera, es su decisión.
Aunque me temo que no tardando mucho ya no será una decisión, sino una
obligación.
La
UE lanzará en septiembre de 2024 la nueva Tarjeta Europea de Vacunación (CVE)
en 5 países piloto. En ella no solo se incluirán los datos de vacunación, sino
también cualquier otro tipo de información.
Este
proyecto forma parte del programa EUVABECO (European Vaccination Beyond
Covid-19), cuyo objetivo es controlar y aumentar la vacunación dentro de la UE.
La nueva tarjeta está integrada en el sistema global de certificación digital
de la OMS y avanza de la mano de la introducción de la identidad digital
europea y el euro digital. Se espera su implantación en todos los
Estados miembros de la UE a partir de 2026.
¿Lo sabías? Pues no tengo nada más que añadir.
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